No voy a ceder de nuevo
a las voces inauditas de mi condición de plastilina o barro,
a la languidez daltónica de los perros policía,
ni a la dura fiebre torturada en la boca de los otros,
en los sapos que envenenan nuestra convivencia.
No voy a ceder a los barrotes de postura y paja vieja;
la imparcialidad me agobia con su polvo
en mi jaula de pequeño hombre, de pequeña vida delirante.
No voy a ceder a las apuestas de mi educación universitaria,
ni a las ilusiones obligadas de una profesión televisiva,
de una procesión sobrevaluada.
Desnudez y fama son premisas de una frente sin augurios,
de una vida equilibrada en la cita a pie de página
que nos brinda la costumbre.
Se me han ocurrido la prosa, la espada y la metáfora,
la insolencia de una máscara elegante
que se cuelga en los muros de mi conversación.
Se me ha ocurrido que algún día nos embista un día
y resistir
y salirme de mi casa y caminar las eclosiones de otras vidas;
o clavar la vestimenta diaria, la fractura,
a la espalda de un ahogado que se vaya por el mundo
recordando la futilidad del flote,
arrastrando las monedas de la corrosión y el óxido,
y las cambie por poemas de la herrumbre,
o postales cercenadas en la luz redirigida
de un cielo contaminado.
No voy a ceder de nuevo a las ofertas
perniciosas de la sencillez y la pornografía:
he firmado los contratos de una calavera azul,
la tatué sobre mi pecho, le vendé los ojos,
y mi corazón late las cláusulas de la ceguera.
He aprendido a deletrear mis vísceras,
a escribirlas en el pizarrón del caos; a pastar las consecuencias
como vaca ignorante del tráfico en las carreteras.
He aprendido a enumerar mis desatinos,
a enmarcar las tachaduras en mis cálculos
a pisar las olas firmes del naufragio
y me aferro a la profundidad
que deforma las premonciones de mi juventud
y de mi paranoia..
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