Debió reconocer la cara despintada,
la fruta extinta que arde en el torrente,
en la diáspora borrosa del día.
Debió haber exhalado la erosión de su piel
después del camino, en el negro cristal
por donde observaba vivas tesituras,
colores que olvidó tras cruzar los ríos,
manos de despedida,
todo aquello que haya latido.
Desde otra orilla
La imagen de la estatua se trasluce
en un invento que olvida todo el mármol,
sombra de lo bello en la paleta del artista,
en la nave antigua y sus fronteras
ahogadas por el mar.
Se concibió un esfera
y resultó un palpitar inquietante en el cerebro.
Las manos agotadas de sus agudas brújulas,
no hallaron hemisferio que dicte sus palabras,
ni repentina luz con adjetivos.
Se mira al mar con nostalgia.
Hundida la estatua y el viejo barco,
formamos la vasija de fragmentos,
resabio de la sal.
0 comentarios:
Publicar un comentario