martes, 9 de febrero de 2010

Berna

Él vivía en la casa donde se guardaba el coche,

cobraba la pensión y siempre estaba sentado en la calle,

con los mismos pantalones acampanados, botines,

camisa de cuello ancho, mirada pérdida

y caminar deforme,

todos los días sin excepción el mismo alcohólico y cojo.

Era el ejemplo perfecto de una vida desperdiciada,

el que todas las madres usan

para hacerte ir a la escuela,

conseguir un buen empleo.

Más de una vez mi madre me dijo:

¿quieres terminar como Berna

y ser un don nadie?

borracho a las ocho de la mañana

que te deje tu esposa,

ser un mantenido y no tener amigos,

arrastrar la pierna derecha

con las manos y el hígado derruido,

tener los ojos vidriosos y mala dicción.

Lo que realmente Berna causaba en mí

era un enorme miedo,

y por eso lo evitaba cuando lo veía,

y cruzaba la calle

y trataba de no verlo,

pero siempre estaba ahí,

recargado en el portón

de camino de mi casa a la escuela,

de mi casa a los parques,

a la casa de la abuela,

de mi casa al resto de la ciudad,

al resto del mundo,

siempre ahí atemorizándome,

recordándome que a la vuelta de cualquier error

iba a estar él, iba a estar yo y el fracaso.


Hoy la casa de Berna ya no es pensión,

construyeron una tienda.

Berna sigue ahí,

mirando a la calle desde una silla de ruedas,

ya no le tengo miedo.

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