lunes, 25 de enero de 2010

Los libros, los objetos, la poesia.

Objetos, primero que nada, los libros son objetos, es por eso que la industria editorial le echa muchas ganas cuando se trata de vender buenos libros, por lo que dependen en un primer momento de sus diseñadores; ya cuando abrimos el libro estamos en las manos y gustos de los formadores etc etc etc…traductores y por último de aquellos que realizan las “lecturas de seguridad”, cuidando de que todas las letras vayan en el orden cristiano. Por eso me emputo cuando compro un libro chingón, un libro indiscutiblemente genial aún dependiendo de las intuiciones y trucos del traductor. Cuando los libros conservan el celofán pido que los abran para convencerme: del papel,la familia tipográfica, del diseño de página, y hasta del tiraje; y desde luego leo rápidamente lo que estoy a punto de pagar, sobre todo cuando sin piedad me arrancan el dinero de la mano.
Llegado a ese punto delicioso en el que tengo que leer el libro recién abierto, y palpar las hojas yo también hago una “lectura de seguridad hiperrápida”,en la que siempre es válido que se escapen algunos detalles, muy mínimos o muy estúpidos. De esa lectura veloz, creo que no es justo para quienes compramos un libro al que le hemos invertido demasiadas espectativas que se nos engañe con una portada bonita, con unos poemas hermosos(muy pocos en realidad), un papel angelical, una caja tipográfica elegante, unas guardas que combinan a la perfección con el entorno urbano.
Hace unos días compré EN LA TIERRA de Robert Creeley, editado por Textofilia, y traducido por Tania Favela Y Jahel Leal; editado en México en el 2008, el libro contiene los últimos poemas de este escritor norteamericano.
Creeley es un poeta que me emociona, me gusta la retrospección que encuentro en sus poemas, una evocación siempre al pasado, su vida.
Confieso que lo que más me atrae de la poesía es esa posibilidad de conectar mi vida en momentos específicos con otra que ha terminado, acaso décadas atrás, incluso siglos. La sensación de saber que otros han vivido lo que vivo es indescriptible, y eso encuentro en los poemas de Creeley.
EN LA TIERRA, a mi gusto, contiene un puñado de poemas con la suficiente fuerza para convencer a los lectores que le incan el diente por primera vez, porque no hace falta leer las obras completas de un escritor para saber que sus fragmentos llenan ciertos momentos de nuestras vidas. Frecuentemente con la poesía me ocurre que, un poema puede tener la suficiente magnitud emocional (porque en una lectura también nos entregamos emocionalmente), psicológica y recreativa que encierra una novela, un cuento o un ensayo. EN LA TIERRA, tiene acaso un puñado de esos poemas:“Mediterráneo I”, “Cuevas”, “Una taza llena”, son uno de los que recuerdo sin necesidad de voltear al libro. Me alegro que esta edición sea bilingüe, porque las traducciones no me convencen del todo, tienen giros extraños, que no suenan mal, que no quedan mal, pero que me dejan inconforme respecto del original, que nunca será el mismo en una traducción, pero nos gusta pensar que un buen traductor de poesía tiene que ser un poeta, bueno o malo o regular (como poeta) pero algo de eso tiene que tener. El libro contiene además un ensayo “Reflexiones sobre la vejez de Withman”, que aprovecharé para cerrar esta nota: “Se dice que los poemas de Whitman fueron debilitándose a medida que envejeció, que su arte se hizo más mecánico y que sus poemas rara vez muestran la fuerza de sus escritos de juventud”. Esto que Creeley comenta me preocupa demasiado, no quisiera con el tiempo constatar que los poemas de EN LA TIERRA sean poemas que se debilitan; comprendo que la unidad hace la fuerza, se vale en la poesía; los poemas en un libro deben apoyarse en unos con otros. Así pues, este ensayo con el que concluye el libro, y unos cuantos poemas además de los que menciono son a mi gusto lo más valioso que pude pagar por sólo 160 pesos; EN LA TIERRA es el primer libro NUEVO que compro en el 2010 (Aunque lo primero NUEVO que compré fue una revista:EL POETA Y SU TRABAJO, de la que hablaré en unos cuantos días).

Aquí dos poemas de Creeley.

Caves
[Fragmento]

So much of my childhood seems
to have been spent in rooms-
at least in memory, the shades

pulled down to make it darker, the
shaft of sunlight at the window´s edge.
I could hear the bees then gathering

outside in the lilacs, the birds chirping
as the sun, still high, began to drop.
It was summer, in heaven of small town,

hayfield adjacent, creak and croak
of timbers, of house, of trees, dogs,
elder talking, the lone cat turning some


distant corner on Elm Street
way off across the broad lawn.
We dug caves or else found them,

down the field in the woods. We had
shacks we built after battering
at trees, to get branches, made tepee-

like enclosures, leafy, dense and in-
substancial. Memory is the cave
one finally lives in, crawls on

hands and kness to get into.
If Mother says, don´t draw
on the book pages, don´t color

that small person in the picture, then
you don´t unless compulsion, distraction
dictate and you´re floating off

on wings of fancy, of persistent seing
of wath´s been seen here too, right here,
on this abstracting page. Can I use then green,

when you´re done? What´s that supposed to be,
says someone. All the kids crowd closer
in wath had been an empty room

where one was trying at least
to take a nap, stay quiet, to think
of nothing but oneself.

Cuevas

Gran parte de mi niñez parece
haber transcurrido en cuartos-
al menos en la memoria, las persianas

bajadas para hacerla más oscura, el
haz de luz en la orilla de la ventana.
Podía escuchar las abejas reunirse

afuera en las lilas, los pájaros piando
mientras el sol, aún alto, comenzaba a caer.
Era verano, en el cielo de un pueblo pequeño,

los campos de heno cercanos, crujir y rechinar
de las maderas, de la casa, de los árboles, perros,
los ancianos hablando, el solitario auto doblando en

alguna esquina distante de Elm Street
mucho más allá del amplio prado.
Excavábamos cuevas o las encontrábamos,

allá en el campo en los bosques. Teníamos
chozas que construíamos después de agitar
los árboles, para obtener ramas, hacíamos.

refugios como tipis, frondosos, densos y
frágiles. La memoria es la cueva
en la que uno finalmente habita, se arrastra

sobre manos y rodillas para entrar.
Si mamá dice, no pintes
en las páginas del libro, no colorees

a la pequeña persona en la imagen, entonces
no lo haces a menos que el impulso, la distracción
te lo manden y te vas flotando

en las alas de la fantasía, de la visión persistente
de aquello que has visto aquí, justo aquí,
en esta cautivadora página. ¿Puedo usar el verde,

cuando termines? Qué se supone que es eso,
alguien dice. Todos los niños se juntan
en lo que fue un cuarto vacío

donde uno al menos intentaba
tomar una siesta, estar tranquilo, no pensar
en nada más que uno mismo.

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Mediterranean I


This same inexhaustible sea with impenetrable
same blue look I stepped into when so young I
had no reason for a life more than to hold on to
the one I had, wife, daughter, and two sons, older,
if seven and ive, just, can be measure of more than
a vulnerable innocence. The back wheel of bike,
when brake failed, caught elder son´s heel and used
it to stop, stripping the skin off almost to the bone.
I packed the place with ointment and bandaged it, not
waiting to see how bad it might be, and for days son
went on hop and hand holds spider fashion until,
blessedly, it was well again. Oh life, oh miracle of
day to day existence, sun, food and others! Would
those who lived with me then believe how much
I loved them? Know how dumbly, persintently, I cared?

*

Meditarráneo I

Este mismo mar inagotable con el mismo
azul impenetrable al que entré cuando era tan jóven y
no tenía otra razón para la vida que aferrarme a la
que ya tenía, esposa, hija, y dos hijos, mayores,
si siete y cinco, acaso, pueden ser medida de algo más que
una inocencia vulnerable. La rueda trasera de la biclitea,
al fallar del freno, atrapó el talón del hijo mayor y lo usó
para parar, arrancando la piel casi hasta el hueso.
Rellené el lugar con ungüento y lo vendé, no
queriendo ver qué tan grave podía ser, y por días el hijo
saltó sobre un pie con las manos encogidas como arañas hasta
que, milagrosamente, estuvo bien de nuevo. ¡Oh vida, oh
milagro de la existencia día a día, comida, sol y otros!
Quienes vivían entonces conmigo ¿sabían cuánto los amaba?
¿Sabían qué tan torpe, persistentemente, me importaban?


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Pícale a la foto para hacerla grandota!

1 comentarios:

José Pulido dijo...

Saludos... hombres honorables de la Alta Literatura... Felicidades

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